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La manipulación psicológica: Detectar las estrategias del maltratador

El abuso es cualquier comportamiento encaminado a controlar a otra persona, valiéndonos de nuestra fuerza física o nuestra agresividad verbal, mediante el recurso del miedo o la humillación.En este 25 de noviembre, Día Internacional en Contra de la Violencia de Género, aprovecho para escribir este artículo en contra de cualquier tipo de violencia, manipulación o maltrato sea físico o verbal, ante mujeres o hombres, ancianos/as, niños/as o animales.

Y en concreto, quiero centrarme especialmente en aquel tipo de maltrato verbal y psicológico, a veces no tan explícito y más difícil de detectar. Maltrato que acostumbra a ser más sistemático, repetitivo y sutil, pero que tiene igualmente un gran impacto en la salud mental y emocional de la persona, llegando a anularla por completo, en casos extremos.

Es por ello, que os dejo aquí un resumen de las señales de maltrato psicológico más significativas, extraídas del libro de Marie-France Hirigoyen, El acoso moral: El maltrato psicológico en la vida cotidiana. Y sin ánimo de “asustar” a nadie, quiero mencionar que todos podemos sentirnos reconocidos habiendo realizado alguna de ellas en algún momento determinado. Por ello insisto en que el maltrato psicológico y sus consecuencias devastadoras, se produce cuando esto es una actuación repetida y constante en el tiempo, con una intensidad y duración prolongada y hecha con la voluntad más o menos consciente de controlar, manipular o dañar.

Tácticas de control e intimidación:

Éstas son algunas de las estrategias que usa la persona “maltratadora”, de manera más o menos consciente y con el fin de conseguir sus objetivos:

Comportamientos explícitos:

Amenazas implícitas: Frecuentemente estas amenazas no son planeadas conscientemente. Sin embargo, esto no debe servir para excusar a la persona “abusadora”, ya que todo adulto debe hacerse responsable de sus actos y buscar solución cuando éstos no responden a su control.

Las agresiones verbales: Lo más común es que los gritos suelan incluir insultos y ataques verbales, que pueden aterrorizar a la persona y desmoralizarla tanto como las amenazas implícitas de violencia física.

Las críticas implacables: Muchas veces no recurren a la crueldad obvia de las tácticas intimidatorias y los insultos, pero van desgastando a la persona a fuerza de criticarla, desvalorarla o ridiculizarla. Esta clase de críticas funcionan de manera similar al agua que cae sobre una roca: las primeras gotas no hacen ningún efecto visible, pero con el tiempo el efecto acumulativo produce huellas profundas y duraderas.

Comportamientos implícitos:

Hay un seguido de comportamientos mucho más sutiles que pueden erosionar la capacidad de pensar y evaluar de la persona que está sujeta a dicho maltrato de manera continuada. Al igual que el Síndrome de Estocolmo que sufre un prisionero de un rapto, la persona sujeta al control y manipulación por parte de un ser querido o de una persona cercana, puede llegar a dudar de sus propias percepciones, valores y decisiones e incluso de su salud mental. Volviéndose más dependiente, vulnerable e idealizando o no “viendo” los defectos de la persona que la tiene “sometida”. Este tipo de técnicas consisten en:

La negación: El/la “maltratador/a” convence a la persona de que un incidente, una situación determinada o unas palabras no existieron. Lo peor de quienes usan la negación es que dejan al otro sin nada donde cogerse. Y eso genera un sentimiento de frustración desesperada, porque no hay manera de resolver un problema, con alguien que niega la existencia de ciertos hechos.

Reescribir la historia: El episodio no se niega, pero se le da una forma que encaja mejor con la versión que el/la “maltratador/a” ofrece de él/ella. No hay dos personas que recuerden un hecho de la misma manera, pero el/la “maltratador/a” introduce alteraciones profundas y espectaculares para validar su versión del relato.

El desplazamiento de la culpa: La afirmación de que si él/ella se comporta mal, es sólo como reacción de algún “crimen” que el otro/a ha cometido. Estas personas argumentan con seguridad y convicción que su comportamiento abominable es una reacción comprensible ante alguna terrible deficiencia o provocación de parte de la otra persona. Al hacerlo, evitan considerar o plantearse la posibilidad de tener algunos defectos graves en su persona. Y se protegen de dos importantes maneras: se autoabsuelven de la incomodidad de reconocer el papel que le pertoca en el problema , y convencen al otro/a de que sus deficiencias de carácter son la verdadera razón de que “la relación” tenga problemas. Cualquier crítica o cuestionamiento de la actitud del otro/a, será devuelto directamente como un bumerán.

La reducción del mundo del/la “maltratado/a”: El amor de una persona maltratadora es característicamente insaciable y exigente; no importa cuánto le des a esta persona, ni a cuánto renuncies por él/ella; nunca bastará. En el caso de las relaciones amorosas, al principio de la relación, esto puede resultar halagador para el/la otro/a. Supongamos que una noche a la semana tú sueles realizar un curso y tu compañero/a te hace la confidencia que cuenta los segundos hasta que vuelvas, porque te echa de menos. Esto puede ser una expresión normal de enamoramiento y de auténtico amor: ¡Él/ella necesita que estés continuamente a su lado!, pero en el caso de un maltratador/a o manipulador/a, un solo paso puede separar este tipo de “devoción” de una posesividad que se adueña de múltiples aspectos de la vida del otro/a, inventando constantemente maneras de poner a prueba el amor de su pareja y consiguiendo que restrinja su mundo para adaptarte a las necesidades de él/ella. Porque cualquier cosa que tú hagas y el “maltratador” no pueda controlar o que sienta como una amenaza, debe ser radicalmente suprimida.

Y añado para terminar, que no cabe dudar que la mayoría de las actitudes agresivas de este tipo de personas, están basadas en el miedo. Miedo a no controlar a los que quieren y poder “ser abandonados” o “lastimados”, a ser puestos en evidencia o a mostrar su vulnerabilidad. Detrás de una conducta agresiva hay una reacción defensiva, motivada por el miedo de una persona vulnerable, inestable y dependiente de la admiración, reconocimiento o aprobación de los demás (aunque se empeñen en mostrar lo contrario).

Raquel Ballesteros, 2011 ©